Partida

Recuerdo el día que te fuiste. Era una época de lluvias interminables. Casi no nos hablábamos, volvías exhausto. Yo te veía desde mi ventana cuando llegabas caminando. Con paso apesadumbrado, imbuido en tus pensamientos, recorriendo con la mirada las baldosas de la vereda; con los ojos perdidos, como siempre, ausente y foráneo a todo lo que te rodeaba. Me hubiera gustado ir hasta la puerta y verte llegar con una sonrisa, llevándote el mundo por delante, como lo habías hecho siempre. Pero apenas me animaba a espiar desde mi cuarto. Cuando te veía atravesar el hall de entrada con el portafolios en la mano y la derrota entre tus labios sentía que todo era mi culpa. Cómo me hubiera gustado poder hablarte! Sentarnos tranquilos y escucharte… Diciendo todo eso que sabía te estaba pasando y que nunca habías contado. Pero ni yo quería creerlo y enterré las sospechas entre mis menos recorridos pensamientos… Y así lo fui olvidando, reprimiendo ese deseo de corroborar tu dolor… Y al fin llegó el día que te fuiste. Parecías contento y creí que quizás me había confundido y podrías llegar a ser feliz. Viniste a saludarme cuando te ibas. Me miraste con esos ojos que, otrora perdidos, expresaban claramente todo lo que habías callado. Nos dimos un abrazo, de esos fuertes que a uno de dan ganas de llorar, y acercando tu boca a mi oído susurraste con vos entrecortada: Gracias por escucharme. Y te fuiste, como una hoja secuestrada por el viento arrasador de una lluvia de verano.